martes, 26 de marzo de 2013

4 secretos para ser feliz


Lo que más deseas en la vida es la felicidad. Pero en ocasiones saboteas nuestros esfuerzos para alcanzarla. La felicidad no es un destino a donde se llega, sino es la manera de caminar por la vida. Sin embargo, de manera extraña, en el trayecto puedes tropezar con dos problemas graves: algunos seres humanos tienen miedo de ser felices y muy pocos saben exactamente qué desean. Si quieres vencer estos dos obstáculos y pertenecer al selecto grupo de gente feliz, te sugiero seguir cuatro pasos para lograrlo.

1- Desmantela tu armadura


Con frecuencia tememos ser felices y saboteamos nuestras ilusiones porque pensamos que no merecemos la felicidad y nos da miedo tratar de alcanzarla. La forma más sencilla y frecuente de protegernos y mantenernos a salvo es construir una armadura de acero en la que encerramos nuestros sueños y deseos para que nadie pueda alcanzarlos ni destruirlos. Y, por supuesto, el resultado es que jamás damos un solo paso para hacerlos realidad. Acepta que al reprimir tus sueños no los proteges, sino que impides que se realicen. Haz esfuerzos verdaderos para convertirlos en realidad. Esta decisión te puede llevar a correr algunas desilusiones y desengaños; pero también te llevará a éxitos que de otra manera no lograrías jamás.


2-Conéctate con los deseos de tu corazón


Haz una ”cita” contigo mismo para explorar cuáles son los sueños y los deseos que duermen en el fondo de tu corazón. Considérala y trátala como la cita más importante de tu vida. Si lo consideras necesario, asiste a ella con libreta y pluma en mano. Anota cuanta idea se te ocurra sobre lo que deseas, aunque te parezca absurda. Cuando no tenemos idea de cuáles son nuestras metas en la vida ni sabemos cómo alcanzarlas, es una buena idea ayudar al cerebro a realizar esta exploración. Lo importante es que logres conectarte con lo que tu corazón anhela realmente y que llegues a vislumbrar los diferentes caminos por medio de los cuales podrías alcanzarlo. De este modo, te será más fácil empezar a dar los pasos necesarios para convertir ese sueño en realidad. Los esfuerzos que hagas llenarán de interés tu vida y te harán probar las primeras mieles de la felicidad.



3-Reconoce tu propio poder


Todos somos mental y físicamente capaces de hacer lo que nos proponemos; los límites los ponen nuestro miedo y nuestra imaginación. Y todos merecemos el éxito, como merecemos el amor y la felicidad. Desafortunadamente, para muchos es más fácil decir ´no puedo´; y todos solemos creer en nuestras propias palabras. Así que para conquistar la felicidad, empieza a practicar una actitud positiva, a fomentar la confianza en ti mismo y a decir ´sí puedo´, a todos los retos que te vaya planteando la vida. Muy pronto descubrirás que puede hacer cosas de las que antes te sentías incapaz.






4-No tomes precauciones como pretextos


Algunos temores son buenos. Ser precavido y cauteloso es una virtud cuando se conduce un automóvil, se tienen hijos pequeños y se desea evitar cualquier tipo de accidente. Pero cuando el miedo te impide lanzarte en busca de tus sueños, ha llegado el momento de deshacerse de él. En las decisiones importantes de la vida los temores y pretextos deben dejarse a un lado y debe imponerse el valor para correr ciertos riesgos, porque se necesita determinación para perseguir y alcanzar los grandes sueños. Para ser feliz hace falta honradez para seguir el camino correcto en su consecución y para no estropearla con la mentira o el egoísmo. Pero, ¿cómo sé en cada momento que estoy siendo honrado con las personas que realmente me importan? El problema que se nos plantea es el de reconocer el tipo de amor apropiado -cuál es la manera correcta de amar-, y distinguirla de un amor equivocado -que pueda terminar destruyendo aquello que uno ama.








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sábado, 23 de marzo de 2013

Sólo te define lo que haces


Diógenes fue un filósofo griego, hijo de un banquero, que fue exiliado de su ciudad natal por falsificar monedas. Vivía solo y en total austeridad para liberarse de sus deseos y reducir al máximo sus necesidades, despreciando toda riqueza y poder. Su única propiedad era la tinaja donde vivía, que empujaba rodando a cualquier lugar. Cuentan que un día, el rey Alejandro Magno le ofreció lo que quisiera y él contesto: “tan solo que te apartes porque me tapas el sol.”; y que en otra ocasión, Alejandro Magno encontró al filósofo mirando atentamente una pila de huesos humanos, y Diógenes le dijo: “Estoy buscando los huesos de tu padre pero no puedo distinguirlos de los de un esclavo”.
Inspirado en este personaje y en Matthieu Ricard, monje budista considerado el hombre más feliz del mundo y que hace especial énfasis en el desapego material, escribo hoy esta entrada.Con sencillez y desapego, no me refiero a que vivamos todos como Diógenes o Matthieu Ricard, pero sí a que consideremos la posibilidad de vivir con menos de forma voluntaria.
Probablemente, esto hará que tengamos una vida más fácil y relajada, con menos estrés y preocupaciones, con más tiempo disponible, libertad y agilidad; al igual que no es lo mismo subir unas escaleras cargado con las bolsas de la compra, que sin ellas.
Las cosas materiales acaban desviando la atención de lo importante; por ejemplo cuando estás en la playa y tienes algo de valor contigo, no te queda otra que estar pendiente de eso, más que de darte un refrescante baño o un cálido paseo por la orilla, que es para lo que estas allí, teniendo que llevarlo en la mano en todo momento o mirando cada cinco minutos a la toalla.
El poder vivir con menos cosas, te hará ser más generoso y desprendido, y a su vez que los que te rodean lo sean contigo, se preocuparán por ti y así nunca necesitarás nada, como dice Jodorowski: “Todo lo que das, te lo das, y lo que no das, te lo quitas”.
Hasta la tecnología nos está ayudando a tener muchas menos cosas, con los discos duros, la nube, el spotify, ebooks, etc… quién necesita tener la casa llena de libros, cd’s, películas, etc. También esta ayudando el claro cambio de conducta en el consumo actual, orientándose más a compartir el uso de las cosas que a su tradicional sentido de propiedad en exclusiva.
Por otro lado, el exceso de apego por las cosas te hace pensar que sin ellas no serías feliz y siempre genera celo y desconfianza, cuando mucha gente ha pasado sin ellas perfectamente.Como la eterna insatisfacción del que se apega a estereotipos socio económicos  que sólo son símbolos creados y una vez que los consigue los normaliza y pierden valor, persiguiendo de nuevo unos más ambiciosos como bien explica Alain De Botton en su libro “Estado de ansiedad: La ansiedad por el estatus”. Esto no significa que no debas ponerte metas y objetivos, pero sin obsesionarte los resultados: siempre ha sido más importante el camino que el destino.
En las relaciones de afecto, el desapego también es importante. No quiere decir que tengas que ser frío, distante o te muestres indeferente, pero sí permitir espacio e independencia a las otras personas, y a ti mismo.Incluso un fuerte apego a ciertas costumbres o creencias te harán ser, sin duda, más inflexible y predecible y menos creativo y objetivo, condicionándolo todo.
Recuerda que no te define lo que tienes, ni lo que pareces, los prejuicios generan perjuicios, y a menudo son erróneos. Tampoco te define lo que piensas, ni lo que dices, lo que realmente te define es lo que haces y como te comportas con los demás, eso habla por si sólo.





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miércoles, 20 de marzo de 2013

La necesidad de vivir despacio y en el presente


Vi una entrevista que le hicieron en Singulars a Carl Honoré, el conocido autor del libro El elogio de la lentitud. En ella explicaba brevemente cómo llegó a darse cuenta de que estaba en una situación de “aceleración desbocada” el día en que se descubrió a sí mismo planteándose ir a comprar un libro de cuentos infantiles que podían explicarse en 1 minuto. En ese momento, se hizo consciente de que estaba corriendo mucho para a la vez perderse las cosas que de verdad importan, como el tiempo pasado con sus hijos, ese tiempo que una vez los hijos han crecido no podrás jamás recuperar.
Honoré nos cuenta que vivir deprisa no es vivir, sino sobrevivir. Es correr de un lado a otro, sin saborear ninguna de las experiencias que nos están sucediendo, como empujados por una fuerza que nos impide detenernos, que no nos deja bajar el ritmo. Hace unos días, un amigo me decía que no podía ralentizar su ritmo de vida, que sólo le quedaba parar o seguir en esa loca carrera. Yo creo que eso es un error, siempre podemos bajar el ritmo, tomar aire y reorganizar nuestras prioridades. Y sé que ese “siempre” puede sonar impositivo, incluso exagerado. Pero es que el problema es que hay que hacerlo, ya que necesitamos darle a nuestra vida una dimensión temporal adecuada, con momentos más intensos y otros más tranquilos, con etapas de un cierto estrés y otras de ir haciendo sin presión. Pues cuando no lo hacemos, la vida nos para y suele hacerlo contra un muro (metafórico o real). Nos detiene en seco.
Esa ralentización es además el único modo de poder conectar con lo que de verdad nos importa y trabajar en la zona, entrar en los estados de flujo de los que muchas veces os he hablado. Cuando vas siempre corriendo sin parar, no puedes estar en flujo ya que tu “yo esencial” está unos pasos por detrás de tu “yo activo”, no estás conectando, estás simplemente reaccionando. No estás en el aquí y ahora. Todo lo que haces, lo realizas entonces desde el esfuerzo. Y desde el esfuerzo no hay verdadero disfrute y sólo se puede mantener ese ritmo esforzándose más. En cambio, desde el estado de flujo, el esfuerzo se transforma en sintonía con la tarea, en energía focalizada y bien dispuesta, en un hacer desde el propio ser. Como dijo Stefan Zweig: los grandes momentos se hallan siempre más allá del tiempo.
Y además, para aquellos más prácticos y que creen que lo importante son los resultados, hay que recordar como bien dice Honoré (y otros estudios confirman), la prisa y la aceleración, empeoran el rendimiento y conducen a tener más errores. Como he dicho antes, todo tiene un ritmo adecuado y si tratas de acelerar ese ritmo, el resultado empeora. Os dejo para finalizar con un cuento zen que he leído en un fantástico libro de santiago Alvárez de Mon, La lógica del corazón:
Cuando le preguntaron si nunca se había sentido desanimado por el escaso fruto que sus esfuerzos parecían producir, el Maestro contó la historia de un caracol que emprendió la ascención a un cerezo en un desapacible día de finales de primavera.
Al verlo, unos gorriones que se hallaban en un árbol cercano estallaron en carcajadas. Y uno de ellos le dijo:
- ¡Oye, tú, pedazo de estúpido!, ¿no sabes que no hay cerezas en esta época del año?
El caracol sin detenerse, replicó: No importa. Ya las habrá cuando llegue arriba.






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