lunes, 17 de septiembre de 2012

De como el camello se vuelve humano

En el Zen, tú vienes de la nada y estás yendo a la nada. Tú estás en el aquí y ahora. Ni vas ni vienes. Todo pasa a través tuyo: tu conciencia lo refleja pero no se identifica. Cuando un león ruge frente a un espejo, ¿piensas que es el espejo el que ruge? O, cuando el león se ha ido y llega un niño bailando, el espejo se olvida completamente del león y empieza a danzar con el niño, ¿piensas que el espejo danza con el niño? El espejo no hace nada: Simplemente refleja.Tu conciencia es únicamente un espejo. Ni vienes ni vas. Las cosas van y vienen.Te vuelves joven, te vuelves viejo; estás vivo, estás muerto. Todos estos estados son simples reflejos en un remanso eterno de conciencia.


Así habló Zarathustra de las tres transformaciones”  

Voy a hablarte de las tres transformaciones del espíritu: de cómo el espíritu se transforma en camello, el camello en león, y finalmente el león en niño.
Muchas cargas soporta el espíritu cuando está poseído de reverencia, el espíritu vigoroso y sufrido. Su fortaleza pide que se le cargue con los pesos más formidables.
¿Qué es lo más pesado?”, se pregunta el espíritu sufrido. Y se arrodilla, como el camello, en espera de que le carguen.
¿Qué es lo más pesado, oh héroes?”, se pregunta el espíritu sufrido para cargar con ello, y que le regocije su fortaleza.
Lo más pesado, ¿no es arrodillarse, para humillar la soberbia? ¿Hacer que la locura resplandezca, para burlarse de la propia sabiduría?
¿O bien separarse de los suyos, cuando todos celebran la victoria? ¿O escalar las elevadas montañas, para tentar al tentador?
¿O acaso alimentarse de las bellotas y los hierbajos del conocimiento, y padecer hambre en el alma por amor a la verdad? ¿O acaso estar enfermo y mandar a paseo a quienes intentan consolarnos, para trabar amistad con los sordos, con aquellos que jamás oyen lo que uno desea?
¿O tal vez zambullirse bajo el agua sucia, cuando es ésta el agua de la verdad, sin apartar de sí las frías ranas y los calientes sapos? ¿O tal vez amar a quienes nos desprecian, y tender la mano a cuantos fantasmas se proponen asustarnos?
Todas esas pesadísimas cargas toma sobre sí el espíritu sufrido; a semejanza del camello, que camina cargado por el desierto, así marcha él hacia su desierto.
Pero en lo más solitario de ese desierto se opera la segunda transformación: en león se transforma el espíritu, que quiere conquistar su propia libertad, y ser señor de su propio desierto.
Aquí busca a su último señor: quiere ser amigo de su señor y su Dios, a fin de luchar victorioso contra el dragón.
¿Cuál es ese gran dragón a quien el espíritu no quiere seguir llamando señor o Dios? Ese gran dragón no es otro que el “tú debes”. Frente al mismo, el espíritu del león dice: yo quiero.
El “tú debes” le sale al paso como un animal escamoso y refulgente en oro, y en cada una de sus escamas brilla con letras doradas el “tú debes”.
Milenarios valores brillan en esas escamas, y el más prepotente de todos los dragones habló así:
Todos los valores de las cosas brillan en mí. Todos los valores han sido ya creados. Yo soy todos los valores. Por ello, ¡no debe seguir habiendo un “yo quiero”! ” Así habló aquel dragón Hermano mío ¿para qué es necesario en el espíritu un león así? ¿No basta acaso con el animal sufrido, que es respetuoso, y a todo renuncia?
Crear valores nuevos  no es cosa que esté tampoco al alcance del león. Pero sí lo está el propiciar libertad para creaciones nuevas.
Para crear  libertad, y oponer un sagrado no al deber – para eso hace falta el león.
Crear el derecho a valores nuevos, ésa es la más tremenda conquista para el espíritu sufrido y reverente. En verdad, para él, eso equivale a una rapiña, a algo propio de animales de presa.
Como su cosa más santa, el espíritu amó en su tiempo al tú debes. Hasta en lo más santo tiene ahora que encontrar ilusión y capricho, para robar el quedar libre de su amor: para ese robo es necesario el león.
Mas ahora dime, hermano mío: ¿qué es capaz de hacer el niño, que ni siquiera el león haya podido hacer? ¿Para qué, pues, habría de convertirse en niño el león carnicero?
Sí, hermano mío, para el juego divino del crear se necesita un santo decir “sí”: el espíritu lucha ahora por su  voluntad propia, el que se retiró del mundo conquista ahora su mundo.
Tres transformaciones del espíritu os he mencionado: os he mostrado cómo el espíritu se transforma en camello, luego el camello en león, y finalmente el león en niño.
Así habló Zarathustra.
Y entonces residía en la ciudad llamada “la Vaca de Muchos Colores”
Friedrich Nietzsche Así habló Zarathustra”

El cuento del camello, el león y el niño es un cuento que explica a la perfección el paso de la metamorfosis que te espera.
En tu vida pasarás por momentos, que por los motivos que sean,  harán que te sientas conformista, adormecido sin ganas...preocupado más por lo que dicen que por lo que quieres ¿Te suena de algo? No hago esto que dirán de mí, y si no lo hago te imaginas lo que me va a decir... Una carga muy pesada ¿no? ¿ Cuanto tiempo más aguantarás así? Te lo voy a decir, es fácil adivinar que cuando estás más pendiente de el exterior que de tí mismo , un león va gestándose dentro de tus entrañas, lo conoces¿ a que sí?...  Sí...es esa punzada que quema tus entrañas y que cada vez es más grande hasta convertirse en el león impasivo que sólo se ve a sí mismo  y que ruge porque ve como ha desperdiciado su vida. Ruge su verdad... sólo y orgulloso no ve a los demás, solo a sí mismo...
Pero detrás de toda  gran tormenta existe la calma...más allá de tus sentimientos de ira aunque no lo creas, existe el sosiego del que nace el inocente acorde a su ser,siendo consciente de sí mismo baila al ritmo de su propia música... de tu propia vida.
Sea cual sea el espacio en el que estás ahora mismo: soñoliento  y deprimido, o rugiente y rebelde, sé consciente de que esto se transforma en algo nuevo, si lo permites.

Date la bienvenida...Si te lo permites un nuevo mundo te espera..









Gracias por leerme, Patricia

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