miércoles, 20 de marzo de 2013

La necesidad de vivir despacio y en el presente


Vi una entrevista que le hicieron en Singulars a Carl Honoré, el conocido autor del libro El elogio de la lentitud. En ella explicaba brevemente cómo llegó a darse cuenta de que estaba en una situación de “aceleración desbocada” el día en que se descubrió a sí mismo planteándose ir a comprar un libro de cuentos infantiles que podían explicarse en 1 minuto. En ese momento, se hizo consciente de que estaba corriendo mucho para a la vez perderse las cosas que de verdad importan, como el tiempo pasado con sus hijos, ese tiempo que una vez los hijos han crecido no podrás jamás recuperar.
Honoré nos cuenta que vivir deprisa no es vivir, sino sobrevivir. Es correr de un lado a otro, sin saborear ninguna de las experiencias que nos están sucediendo, como empujados por una fuerza que nos impide detenernos, que no nos deja bajar el ritmo. Hace unos días, un amigo me decía que no podía ralentizar su ritmo de vida, que sólo le quedaba parar o seguir en esa loca carrera. Yo creo que eso es un error, siempre podemos bajar el ritmo, tomar aire y reorganizar nuestras prioridades. Y sé que ese “siempre” puede sonar impositivo, incluso exagerado. Pero es que el problema es que hay que hacerlo, ya que necesitamos darle a nuestra vida una dimensión temporal adecuada, con momentos más intensos y otros más tranquilos, con etapas de un cierto estrés y otras de ir haciendo sin presión. Pues cuando no lo hacemos, la vida nos para y suele hacerlo contra un muro (metafórico o real). Nos detiene en seco.
Esa ralentización es además el único modo de poder conectar con lo que de verdad nos importa y trabajar en la zona, entrar en los estados de flujo de los que muchas veces os he hablado. Cuando vas siempre corriendo sin parar, no puedes estar en flujo ya que tu “yo esencial” está unos pasos por detrás de tu “yo activo”, no estás conectando, estás simplemente reaccionando. No estás en el aquí y ahora. Todo lo que haces, lo realizas entonces desde el esfuerzo. Y desde el esfuerzo no hay verdadero disfrute y sólo se puede mantener ese ritmo esforzándose más. En cambio, desde el estado de flujo, el esfuerzo se transforma en sintonía con la tarea, en energía focalizada y bien dispuesta, en un hacer desde el propio ser. Como dijo Stefan Zweig: los grandes momentos se hallan siempre más allá del tiempo.
Y además, para aquellos más prácticos y que creen que lo importante son los resultados, hay que recordar como bien dice Honoré (y otros estudios confirman), la prisa y la aceleración, empeoran el rendimiento y conducen a tener más errores. Como he dicho antes, todo tiene un ritmo adecuado y si tratas de acelerar ese ritmo, el resultado empeora. Os dejo para finalizar con un cuento zen que he leído en un fantástico libro de santiago Alvárez de Mon, La lógica del corazón:
Cuando le preguntaron si nunca se había sentido desanimado por el escaso fruto que sus esfuerzos parecían producir, el Maestro contó la historia de un caracol que emprendió la ascención a un cerezo en un desapacible día de finales de primavera.
Al verlo, unos gorriones que se hallaban en un árbol cercano estallaron en carcajadas. Y uno de ellos le dijo:
- ¡Oye, tú, pedazo de estúpido!, ¿no sabes que no hay cerezas en esta época del año?
El caracol sin detenerse, replicó: No importa. Ya las habrá cuando llegue arriba.






Gracias por leerme,Patricia
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